ASÍ COMO NOSOTROS PERDONAMOS A NUESTROS DEUDORES

TEXTO. Mateo 6:12: “perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”


PROPÓSITO. QUÉ SEAMOS CAPACES DE PEDIR PERDÓN Y DE PERDONAR


INTRODUCCIÓN.

¡Justicia, justicia, justicia, sólo queremos justicia!Era el grito desgarrador de una mujer que esta semana huía de Beirut ante los bombardeos del ejército hebreo. Ver las noticias de la televisión es asomarnos al complejo panorama de las relaciones entre las personas; relaciones que la mayoría de las veces acaban en drama, con víctimas y verdugos, ofensores y ofendidos. Esta semana hemos oído hablar de la recuperación de la memoria histórica para los afectados por la Guerra Civil, de los familiares de las víctimas del terrorismo de E.T.A. que piden justicia y no quieren oír hablar de amnistía. Los libaneses anhelan la paz real, ya que están siendo atacados. Los otros buscan la paz de espíritu, buscan descanso para su alma que se ha instalado en la zozobra. Pero ¿Cómo encontrar tal cosa?

Desgraciadamente no es necesario encender la televisión para ver problemas entre las personas; para ver víctimas y verdugos, ofensores y ofendidos. Asistimos a dramas similares en nuestra casa, en el trabajo, en el instituto, en la iglesia… Personas a nuestro alrededor que anhelan y buscan paz de espíritu, tal vez en nuestra familia, tal vez algún amigo, tal vez nosotros.
Juan Pablo II dirigió un mensaje para la celebración de a jornada mundial de la Paz el 1 de enero de 2002 titulado “No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón”.“No hay justicia sin perdón” es difícil de entender, él mismo se preguntaba: “Pero ¿cómo se puede hablar, en las circunstancias actuales, de justicia y, al mismo tiempo, de perdón como fuentes y condiciones de la paz? …se tiende a pensar en la justicia y en el perdón como opuestos. Pero el perdón se opone al rencor y a la venganza, no a la justicia.”

Pues bien, hablemos del perdón. Y comencemos echando un vistazo a la llamada psicología del perdón.

Psicología del Perdón

El perdón no es un concepto que manejemos únicamente los cristianos. La psicología reconoce su importancia, y lo considera como una práctica fundamental en las relaciones entre las personas, sobre todo cuando esas relaciones han sido dañadas por una trasgresión que produce sentimientos negativos, tanto en la víctima como en el ofensor. Emociones negativas como ira, odio, que a veces pueden desembocar en actos de venganza o en el establecimiento de un sentimiento permanente de rencor y resentimiento.

En todos estos casos la víctima o el ofendido se ven perturbados. Aunque la víctima parece que se lleva la peor parte, el ofensor o agresor también se ve afectado por el daño que ocasionó; generalmente los sentimientos de culpa o el temor a un acto de venganza le impiden recuperar su equilibrio afectivo. El mal daña primero a aquel que lo comete y envenena en la raíz su propia vida. Por eso se dice que en el pecado está la penitencia. El acto de agravio altera a sus dos protagonistas, a la víctima y al agresor. A veces los encierra en sí mismos y los ata al resentimiento o deseo de venganza (ofendido) y al sentimiento de culpa (ofensor). Otras veces la víctima se termina convirtiendo en agresor e inicia una secuencia inacabable de agresiones mutuas.

El perdón surge entonces como una necesidad imperiosa para liberar a ambos protagonistas, restaurar la armonía del vínculo interpersonal y permitir la reconciliación. El perdón se fundamenta en el amor y dignidad que toda persona merece por el sólo hecho de ser hombre. Este amor obliga a deponer todo odio, enemistad y deseo de venganza. Se perdona, se ama al ofensor como hombre capaz de, mediante el arrepentimiento, corregir su camino y no en cuanto ofensor. El perdón permite atenuar o dejar en suspenso el castigo merecido, en espera del arrepentimiento y la corrección de las actitudes y conducta del otro. Supone ser tolerante con el otro para darle la oportunidad de cambiar. El perdón sólo puede entenderse en relación al concepto amor. Es la expresión de amor a quienes nos han ofendido, injuriado o dañado. Es la mayor expresión de amor al prójimo porque implica el amor a nuestros enemigos.

La palabra perdón proviene de los vocablos latinos per (preposición que conlleva la idea de reforzar el significado de la palabra a la que va unida) y donare (verbo que significa dar). Por lo tanto, perdonar es una expresión máxima de amor. Supone dar en abundancia sin hacerlo notar, de forma incondicional.La necesidad de perdonar y de ser perdonado surge en todo vínculo interpersonal, en la amistad, en el matrimonio, en la relación padre-hijo, profesor-alumno, etc. En todas las relaciones entre las personas puede haber roces, en todas es necesario el perdón.Por la importancia que este tema reviste en el ámbito de la psicología humana, desde hace unos años se ha desarrollado usa psicología del perdón y algunas escuelas emplean el perdón como terapia con resultados excelentes.

¿Qué dice la Biblia acerca del perdón?

En el AT el concepto del perdón se expresa principalmente por medio de palabras de tres raíces diferentes:

slh\, emparentado con palabras que significan rociar, verter. Es la palabra más usada como perdonar slh\ muchas veces tiene que ver con los sacrificios.

kpr literalmente significa cubrir, de la misma raíz que también se traduce como expiación. Su uso para “perdonar” implica que se lleva a cabo una expiación.(Estas dos palabras se utilizan sólo al hablar del perdón de Dios, e implican que no puede haber perdón de Dios sin expiación, sin derramamiento de sangre)

El verbo nsŒ<>

Desde un punto de vista humano y jurídico, el perdón es difícil de explicar, porque es algo difícil de comprender y hasta cuesta aceptarlo. Forma parte de las grandes paradojas de la Biblia: Justicia o misericordia, justicia o perdón, El Dios santo ¿no debe manifestar su santidad por su justicia? (Is 5,16: “Pero Jehová de los ejércitos será exaltado en juicio, y el Dios Santo será santificado con justicia”).

Dios mismo es el principal ofendido por el pecado del hombre, ¿No debería descargar su justicia sobre los que le desprecian? (Is 5,24: “Por tanto, como la lengua del fuego consume el rastrojo, y la llama devora la paja, así será su raíz como podredumbre, y su flor se desvanecerá como polvo; porque desecharon la ley de Jehová de los ejércitos, y abominaron la palabra del Santo de Israel”)?

¿Cómo puede perdonar Dios a la "esposa" infiel a la alianza, si ella no se ruboriza de su prostitución? (Jer 3,1-5: “Dicen: Si alguno dejare a su mujer, y yéndose ésta de él se juntare a otro hombre, ¿volverá a ella más? ¿No será tal tierra del todo amancillada? Tú, pues, has fornicado con muchos amigos; mas ¡vuélvete a mí! dice Jehová. 2Alza tus ojos a las alturas, y ve en qué lugar no te hayas prostituido. Junto a los caminos te sentabas para ellos como árabe en el desierto, y con tus fornicaciones y con tu maldad has contaminado la tierra. 3Por esta causa las aguas han sido detenidas, y faltó la lluvia tardía; y has tenido frente de ramera, y no quisiste tener vergüenza. 4A lo menos desde ahora, ¿no me llamarás a mí, Padre mío, guiador de mi juventud? 5¿Guardará su enojo para siempre? ¿Eternamente lo guardará? He aquí que has hablado y hecho cuantas maldades pudiste”)

Qué interesante es la analogía que usa la Biblia comparando el pecado de Israel con una infidelidad conyugal, ¿habrá algo más difícil de perdonar que una infidelidad? Pero el corazón de Dios no es como el del hombre, y el Dios santo no gusta de destruir (Os 11,8s: “¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín? ¿Te entregaré yo, Israel? ¿Cómo podré yo hacerte como Adma, o ponerte como a Zeboim?”)

Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (Ez 18,23: “¿Quiero yo la muerte del impío? dice Jehová el Señor. ¿No vivirá, si se apartare de sus caminos?”).

Por eso, Jesús, en su primera venida, no ha venido como juez sino como salvador (Jn 3,17: “7Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”; 12,47: “Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo”).

Jesús invita a la conversión a todos los que la necesitan (Lc 5,32: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento”), y suscita esta conversión, revelando que Dios es un padre que se goza en perdonar (Lc 15) y cuya voluntad es que nadie se pierda. En el episodio de la mujer pecadora en la casa de Simón el fariseo, comprobamos, que el perdón se abre por la fe humilde pero se cierra por el orgullo autosuficiente.

En la Biblia, el pecador es siempre un deudor al que le han condonado su deuda. Después de esta condonación, Dios no ve ya el pecado, que queda como echado detrás de él (Is 38,17: He aquí, amargura grande me sobrevino en la paz, mas a ti agradó librar mi vida del hoyo de corrupción; porque echaste tras tus espaldas todos mis pecados.).

Cuando somos perdonados, debemos recibirlo con gratitud, temor y admiración. Porque el pecado merece el castigo, mientras que el perdón es una gracia asombrosa. (Sal. 130: 3, 4 “JAH, si mirares a los pecados, ¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse? Pero en ti hay perdón, Para que seas reverenciado”). Dios es un Dios de gracia, y los medios para llevar el pecado fueron instituidos por él mismo. Los sacrificios tienen valor solamente porque él ha proporcionado la sangre como medio de expiación (Lv. 17.11: Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona). El perdón es posible sólo porque Dios es un Dios de gracia; (Neh. 9.17: “No quisieron oír, ni se acordaron de tus maravillas que habías hecho con ellos; antes endurecieron su cerviz, y en su rebelión pensaron poner caudillo para volverse a su servidumbre. Pero tú eres Dios que perdonas, clemente y piadoso, tardo para la ira, y grande en misericordia, porque no los abandonaste”). El perdón se origina en la naturaleza benevolente de Dios. La predicación de Jesús está en la misma línea, y muestra que la remisión es gratuita y el deudor insolvente (Lc 7,42, parábola de los dos deudores: “y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más?”).


Pero el perdón de Dios no es indiscriminado. De ninguna manera “tendrá por inocente al malvado”. Del lado del hombre tiene que haber arrepentimiento para ser perdonado. (1 Jn. 1.9: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.). Una y otra vez se insiste en que el hombre tiene que arrepentirse. Cristo mismo ordenó que se predicase en su nombre “el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Lc. 24.47) Igualmente, se relaciona el perdón con la fe (Hch. 10.43: “De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre”). Pero no debemos pensar en la fe y el arrepentimiento como méritos que nos hacen merecer el perdón. Más bien son los medios por los cuales hacemos nuestra la gracia de Dios y su perdón.


El versículo que leímos al principio en Mateo 6:12: “perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” es posiblemente uno de los versículos más conocidos y recitados de la Biblia, forma parte de la oración con la que Jesús enseñó a orar a sus discípulos, es la oración de los hijos de Dios, que han nacido de nuevo, y necesitan diariamente el perdón de sus pecados. El cristiano necesita ser perdonado y perdonar tanto como el pan para su sustento. Liberarnos de la culpa pidiendo perdón y del rencor perdonando, forma parte de las necesidades básicas del ser humano, porque la culpa y el rencor son una carga en nuestra alma.

I - PERDÓNANOS NUESTRAS DEUDAS

Jesús, desde el comienzo de su vida pública, busca a los pecadores, invitándolos a la conversión y a acogerse al perdón de Dios. Él desea "buscar y salvar" lo que se hallaba perdido (Lc 19,10); invita a los pecadores al convite de Dios (Mc 2,17; Lc 14,21); va en busca de la oveja perdida, como una mujer busca la dracma perdida (Mt 15,24; 10,6; 18,12); como médico, viene a llamar a los pecadores y a curar a los enfermos (Mc 2,17); entra en la casa de los pecadores (Lc 19,1-9) y come con ellos (Mc 2, l Sss; Lc 15, 1-3); permite que una pecadora lo unja (Lc 7,36-47); es amigo de publicanos y pecadores (Mt 11l, 19); él mismo perdona los pecados (Mc 2,5ss; Lc 7,47s). Jesús no sólo anuncia, sino que Él mismo trae el perdón de Dios.

En el mismo momento de la conversión y el nuevo nacimiento, el Espíritu Santo nos han hecho "santos y sin mancha delante de Él" (Ef 1:4) "Habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios" (1Cor 6,11). Sin embargo, la vida nueva que hemos recibido, no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado, llamada concupiscencia y que permanece en los creyentes como recuerdo de que en el combate de la vida cristiana somos ayudados por la gracia de Dios y dependemos de él. El Apóstol Juan dice: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros" (lJn 1,8). Y el Señor mismo nos enseñó a orar: "Perdónanos nuestras deudas" (Lc 11,4), por algo será.El reconocimiento de sus faltas es la queja diaria de los creyentes. Todos los días tomamos conciencia de nuestro estado de pecado, de nuestra deuda con Dios. Por ello, la vida del cristiano es un arrepentimiento permanente, suplicando continuamente con la oración del corazón: "¡Dios mío, ten misericordia de mi, que soy un pecador" (Lc 18,13). La vida cristiana es un retorno continuo a Dios, que dirige al hombre una llamada siempre renovada, pues su amor “Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. (1Cor 13,7).

Perdónanos nuestras deudas…Jesús, en sus parábolas, habla frecuentemente de deudas: los dos deudores (Mt 18,23-35), el mayordomo infiel (Lc 16,1-8), los labradores malvados (Mc 12,1-9), los talentos y las minas (Mt 25,14-30; Lc 19,12-27). Todas estas parábolas describen nuestras relaciones con Dios usando la misma imagen: somos deudores de Dios. Cuando Jesús nos dice: "Dad a Dios lo que es de Dios", todos somos declarados deudores. Jesús se enfrenta a todo fariseo, que se declare justo ante Dios: "Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación” (Lc 16,15). En realidad, nuestra deuda para con Dios es tan enorme—diez mil talentos— que nos es imposible pagarla por nosotros mismos (Mt 18, 23-34). Sólo nos queda reconocer nuestra deuda y confiar en el perdón misericordioso de Dios (Mt 5,7.23s; 6,14s; Lc 6,37). Es inútil presentarse ante Dios enumerando nuestras obras buenas. Ante Dios sólo cabe presentarse con el corazón compungido y suplicarle: "¡Señor; ten piedad de mí, que soy un pecador!" (Lc 18,13).

Y ¿Qué es la deuda sino el pecado?

Los pecados, cuyo perdón piden los fieles, son los pecados cometidos contra el reino de Dios en la propia vida. Son también los pecados contra "el propio cuerpo", contra la santidad del matrimonio, contra los hermanos. Los cristianos, aunque se saben "muertos al pecado y vivos para Dios" , se encuentran diariamente con la amarga experiencia del pecado, con la necesidad de reconocerse pecadores ante Dios, confiando sólo en "el Dios rico en misericordia", en el Dios de la reconciliación, el Dios del perdón, quien "cuando éramos enemigos suyos nos reconcilió por la muerte de su Hijo"; "perdonándonos por medio de Él" todos nuestros delitos pues envió a su Hijo "al mundo como propiciación por nuestros pecados" Él, el Justo, que no cometió pecado1, glorificado por el Padre, es ahora nuestro abogado, intercediendo por el perdón de nuestros pecados.

El filósofo Heidegger decía que el pecado lleva al olvido del ser y al olvido de haber olvidado, queriendo decir que el pecado cauteriza la conciencia, no se reconoce la magnitud del mal, ni la dulzura del bien. Por ello es fundamental la conciencia del pecado, que siempre es algo pasado, y que influye en el presente y en el futuro. Si se reconoce el pecado como tal y viene el arrepentimiento, se incluye el propósito de nunca más repetirlo. Si no se reconoce el pecado, se produce un sentimiento de culpa que lleva al resentimiento con su doble cara, de soberbia de no querer reconocerlo como pecado y llamarlo virtud, cuando no lo es, o amargar el ánimo del que se siente esclavo de una acción que pesa como una losa que no se puede apartar de la propia vida, ni de la memoria. Si se trata de un vicio: mentira, impureza, avaricia, orgullo, envidia etc marca una acentuación de la tendencia a repetir el pasado marcando el presente y el futuro de un modo decisivo. Es conocida la fuerza de la sinceridad como catarsis que lleva a una liberación psicológica de lo mal realizado, pero es insuficiente. El perdón de Dios sí llega al fondo; limpia, sana, reconstruye, regenera. Da la vuelta a lo pasado para mejorar en el camino de la humildad y el agradecimiento. De ahí que sea una fuente de liberación. Se pasa de una situación en la que tal vez fingimos que no ha pasado nada, a otra de saberse querido a pesar de no ser perfecto por el pecado.

En "El perdón", C.S.Lewis dice: "Pedir perdón no es lo mismo que disculparse, porque disculparse es excusar los motivos por los cuales uno ejecutó una acción con el objeto de que la persona afectada por ella pueda comprenderla. Pedir perdón es asumir la totalidad de nuestra falta, con toda ella, y sentir todo el mal que produjo, decir que aunque no puedas del todo repararla, te produjo dolor la acción, lo sientes, estás arrepentido, y quieres de vuelta procurar lo bueno... La estatura humana del perdón por ello es mucho más alta y propia de los grandes, y necesaria en los cristianos porque hemos sido perdonados desde antes de existir, y así como perdonemos se nos perdonará".

II - ASÍ COMO NOSOTROS PERDONAMOS A NUESTROS DEUDORES

Planteamiento del problemaCuando alguien nos da un pisotón en un lugar muy lleno y amablemente nos pide perdón, nosotros no tenemos, normalmente, grandes dificultades en asentir sonrientes, aunque nos duela el pie. Somos conscientes de que el otro no nos ha causado la molestia con intención, sino por descuido o movido por la fuerza de la gravedad. No es responsable de su acción y el daño no es irreparable.

Cuando hablamos del auténtico perdón, nos movemos en un terreno mucho más profundo. Hablamos de heridas en el corazón humano, causada por la libre actuación de otro. Todos sufrimos, de vez en cuando, injusticias, humillaciones y rechazos; algunos tienen que soportar diariamente torturas, no sólo en una cárcel, sino también en un puesto de trabajo o en la propia familia. Es cierto que nadie puede hacernos tanto daño como los que debieran amarnos. “El único dolor que destruye más que el hierro es la injusticia que procede de nuestros familiares,” dicen los árabes.

Frente a las heridas que podamos recibir en el trato con los demás, es posible reaccionar de formas diferentes. "Desde el punto de vista psicológico, según el psiquiatra norteamericano Richard Fitzgibbon, hay tres formas básicas de lidiar con la ira y el rencor: l. Negarla. 2. Expresarla de muchas maneras mientras pretendemos que no estamos ofendidos. 3. Perdonar. El Dr. Fitzgibbon y otros psiquiatras y psicólogos, aplican una terapia que induce al paciente a perdonar, y comprueban que hay una mejoría considerable. Aquí se ve que la verdadera Ciencia coincide con el Evangelio de Cristo.

Pero ¿Puede una madre perdonar jamás al asesino de su hijo? ¿Podemos perdonar a una persona que nos ha dejado completamente en ridículo ante los demás, que nos ha quitado la libertad o la dignidad, que nos ha engañado, difamado o destruido algo que para nosotros era muy importante? Éstas son algunas de las situaciones existenciales en las que conviene plantearse la cuestión.Nos preguntamos otra vez ¿Qué dice la Biblia?“Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. 4Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale.” (Lc 17,3-4). Pero no sólo a los hermanos, sino "a todo deudor", es decir, a los enemigos, a quienes les odien, maldigan y maltraten (Lc 6,27-28; 6,22). El odio, la maldición y los malos tratos, las injurias y la proscripción "por causa del Hijo del hombre'' es la deuda que deben perdonar los cristianos, como Cristo en la cruz les perdonó a ellos. Respondiendo al mal con el bien (Lc 6,35-37: "Amad a vuestros enemigos; haced el bien y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los ingratos y perversos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso.... perdonad y seréis perdonados").En el Sermón del Monte, Jesús insiste en la reconciliación con el hermano antes de presentar una ofrenda sobre el altar (/Mt/05/23-24), el amor a los enemigos y la oración por los perseguidores (Mt 5,44-45), perdonar desde el fondo del corazón (Mt 6,14-15). Esta es la actitud digna de un hijo de Dios.

Pero perdonar a los demás ¿Es un requisito previo para que Dios nos perdone? El perdón de Dios precede al perdón del siervo (Mt 18,23-35) y es el perdón recibido el que impone el deber ineludible de perdonar a su vez. El que ha probado el perdón de Dios, sobre todo el que sabe que este perdón se nos ha concedido por la sangre de su Hijo, está dispuesto a perdonar a su hermano hasta setenta veces siete (Mt 18,22). Sólo quien se cree justo, como el fariseo, no puede ser misericordioso (Lc 15,1-2.25-30; Mt 20, 1-15). El perdón cristiano es un reflejo de la misericordia divina (Lc 6,36). El perdón del cristiano, no es una condición, es una consecuencia del perdón de Dios. Nosotros perdonamos como fruto del perdón recibido. ¡La alegría del perdón recibido se manifiesta y comunica en el gozo del perdón concedido!

Juan Crisóstomo decía:
No se trata de erigirnos nosotros en modelo de perdón ante Dios, para que Él perdone como nosotros. Más bien somos nosotros los que imitamos su misericordia, ya que ésta es la que nos permite ser misericordiosos. Nuestro perdón tampoco es la causa del suyo; nuestro perdón no origina en nosotros ningún derecho al perdón de Dios. Nuestra deuda con Dios es de diez mil talentos, mientras que nosotros perdonamos una deuda de cien denarios. El Padre celestial, movido a compasión, ha tomado la iniciativa de perdonar nuestra ingente deuda y su perdón es siempre gratuito. Él nos ha reconciliado consigo en Cristo cuando aún éramos "impíos", "pecadores" y "enemigos" suyos (Rm 5,6-10). El Padre nos ha amado primero y ha enviado a su Hijo para "tomar nuestras flaquezas y cargar con nuestras enfermedades" (Mt 8,17).

El discípulo que pide perdón al Padre, tiene conciencia de estar profundamente endeudado con Dios: sabe que ante Dios no puede ser declarado inocente. Sabe que sólo confesando su culpa y acogiendo el perdón puede quedar gratuitamente justificado. Jesús nos enseña a pedir perdón a Dios como nosotros perdonamos, no porque nosotros perdonamos. El perdón de Dios es siempre libre y gratuito. Nuestro acto de perdonar es el fruto del perdón y gracia recibidos de Dios. El perdón de Dios es un perdón sin límites; el que concede el discípulo debe ser también sin límites. Pero hay una diferencia radical entre el perdón de Dios y el nuestro. El perdón de Dios es siempre mayor que nuestra deuda, y nuestra deuda para con Dios es siempre mayor que la que nosotros perdonamos a nuestro prójimo. Además, el hombre sólo puede pegar los fragmentos, Dios puede devolver la integridad original.

Pero ¿qué pasa cuando no perdonamos?

En una predicación de San Agustín a los catecúmenos que estaban a punto de bajar a las aguas del bautismo, les dijo:

”Perdonad de todo corazón, perdonad cualquier deuda… liberad vuestros corazones de cualquier hostilidad contra quienquiera que sea; perdonad en vuestro corazón, donde Dios lo ve todo. A veces el hombre perdona de palabra, pero no de corazón; perdona de palabra por razones de conveniencia, pero no de corazón, el cual, sin temer la mirada de Dios, conserva todavía el rencor. Perdonad totalmente, todo lo que hasta hoy no hayáis perdonado. No debe ponerse el sol sobre vuestro enojo (Ef 4,26), pero ¡cuántas veces se ha puesto el sol sobre vuestra ira! Que cese, al menos, por una vez vuestra ira… Y no penséis que la ira sea cosa de nada… ¿Qué es la ira? La pasión de la venganza. Si Dios se vengara de nosotros, ¿a dónde iríamos a parar? Si te has irritado no peques: "Airaos, pero no pequéis" (/Ef/04/26). Irritaos, porque sois hombres, vencidos por vuestra debilidad, pero no pequéis conservando la ira en vuestro corazón... De este modo os hacéis daño a vosotros mismos.” Escrito en el s.V

El perdón no surge en el hombre de manera espontánea y natural. Perdonar sinceramente en ocasiones puede resultar heroico. Aquellos que se han quedado sin nada por haber sido despojados de sus propiedades, los prófugos y cuantos han soportado el ultraje de la violencia, no pueden dejar de sentir la tentación del odio y de la venganza.

Muchos creyentes también arrastramos rencores del pasado que nos impiden el crecimiento espiritual. Estos problemas son como eslabones de una cadena que nos mantienen firmemente unidos al pasado. Estas ataduras generalmente afectan nuestra mente, voluntad y emociones influenciando nuestro comportamiento, a veces de forma seria.

La experiencia liberadora del perdón, aunque llena de dificultades, puede ser vivida también por un corazón herido, gracias al poder curativo del amor, que tiene su primer origen en Dios que es Amor. La inmensa alegría del perdón, ofrecido y acogido, sana heridas aparentemente incurables, restablece nuevamente las relaciones y tiene sus raíces en el inagotable amor de Dios. Ponemos al perdón en su perspectiva correcta al darnos cuenta que cualquier injusticia que sufrimos de parte de otro es pequeña comparada con nuestro propio pecado contra Dios.

¿Qué significa perdonar?

Perdonar no es olvidar, es recordar sin dolor, sin amargura, sin la herida abierta; perdonar es recordar sin andar cargando el dolor, sin respirar por la herida. Perdonar tampoco es justificar o excusar. El perdón consiste en renunciar a la venganza y querer, a pesar de todo, lo mejor para el otro. Perdonar significa terminar definitivamente con el deseo de devolver el daño ocasionado. Significa renunciar a la ira y al resentimiento y, de ese modo, liberar al deudor y, de paso, romper una atadura que nos perjudica solamente a nosotros mismos. Es una decisión de la Voluntad: nosotros podemos decidir perdonar a una persona que nos ofendió, nos guste o no hacerlo.

Perdonar no es lo mismo que reconciliarse. La reconciliación exige que dos personas que se respetan mutuamente, se reúnan de nuevo. El perdón es la respuesta moral de una persona a la injusticia que otra ha cometido contra ella. Uno puede perdonar y sin embargo no reconciliarse, como en el caso de una esposa continuamente maltratada por su marido. Aunque no haya restauración del vínculo, reconciliación, el perdón es un acto unilateral.

El perdón permite liberarse de todo lo soportado para seguir adelante. El perdón opera un cambio de corazón. Le ponemos fin al ciclo del dolor por nuestro propio bien y por el bien de los que nos rodean. Podemos pasar del dolor a la compasión. El perdonar no borra el mal hecho, no quita la responsabilidad al ofensor por el daño hecho ni niega el derecho a hacer justicia a la persona que ha sido herida. Tampoco le quita la responsabilidad al ofensor por el daño hecho... Paradójicamente, al ofrecer nuestra buena voluntad al ofensor, encontramos nosotros mismos un alivio, nos liberamos de nuestro odio...Al ofrecer este regalo a la otra persona, nosotros también lo recibimos. Porque la falta de perdón crea una atadura entre la persona que ha sufrido la ofensa y la persona que la ocasionó. Debemos liberarnos del dominio que la persona que nos ha herido ejerce todavía sobre nosotros mediante nuestro odio. Perdonar libera la memoria y nos permite vivir en el presente, sin recurrencias constantes al pasado doloroso. Esto se rompe con el perdón, las dos partes se liberan y el Espíritu Santo puede sanar y restaurar.

¿Cuáles son los pasos hacia el perdón?

Básicamente son tres las condiciones que se dan en nuestro interior, para que con el tiempo, podamos perdonar:
1. Tenemos conciencia del poder inmenso del amor de Dios, de su paciencia y providencia, de su ternura y firmeza, de su sabiduría y misericordia.2. Vemos con claridad nuestros propios límites y nuestras debilidades, ya que todos hemos sido perdonados.3. Por último, sentimos un profundo deseo de bendición y luz para todos los implicados en cada uno de los acontecimientos, de modo que aparezca y se realice toda y sola la voluntad de Dios.

Sobre esta base, perdonar significa:

1. Abrir los ojos ante los ojos de Cristo; secar las lágrimas y contemplar con una misma mirada el dolor y el amor de su Cruz;2. Pedir el bien, anhelar, buscar y amar la luz3. Absolver —no en nuestro nombre sino en el nombre de Cristo—, y de inmediato pedir a Dios que dé sus bendiciones al que nos ha ofendido.

Aplicación.

Siempre es Dios quien ama primero y es Dios quien perdona primero. Es Él quien nos da fuerzas para cumplir con este mandamiento cristiano que es, probablemente, el más difícil de todos: amar a los enemigos, perdonar a los que nos han hecho daño. Pero, en el fondo, no se trata tanto de una exigencia moral –como Dios te ha perdonado a ti, tú tienes que perdonar a los demás- cuanto de una necesidad existencial: si comprendes realmente lo que te ha ocurrido a ti, no puedes por menos que perdonar al otro. Si no lo haces, no sabes lo que Dios te ha dado.

El perdón forma parte de la identidad de los cristianos; su ausencia significaría, por tanto, la pérdida del carácter de cristiano. Por eso, los seguidores de Cristo de todos los siglos han mirado a su Maestro que perdonó a sus propios verdugos. Han sabido transformar las tragedias en victorias.

También nosotros podemos, con la gracia de Dios, encontrar el sentido de las ofensas e injusticias en la propia vida. Ninguna experiencia que adquirimos es en vano. Muy por el contrario, siempre podemos aprender algo. También cuando nos sorprende una tempestad o debemos soportar el frío o el calor. Siempre podemos aprender algo que nos ayude a comprender mejor el mundo, a los demás y a nosotros mismos. Todo insulto recibido puede convertirse en una nueva oportunidad de crecimiento interior, una gracia que nos envía Dios, porque al perdonar actuamos como canales de Su misericordia.Perdonar es un acto de fortaleza espiritual, un acto liberador. Es un mandamiento cristiano y además un gran alivio. Con la ayuda de la gracia divina, es posible realizarlo. “Con mi Dios, salto los muros,” canta el salmista. Podemos referirlo también a los muros que están en nuestro corazón.El fraile dominico Henri Lacordaire dijo: "¿Quieres ser feliz un instante? Véngate. ¿Quieres ser feliz toda la vida? Perdona".

Conclusión

Por tanto ¡Feliz quien recibe perdón. Feliz quien pide perdón. Cien veces feliz quien aprende a perdonar!La idea del perdón llena toda la Biblia. El Salmista dice que “cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Sal. 103.12). Isaías dice que Dios echó tras sus espaldas todos los pecados del profeta (Is. 38.17), y que “borró” las transgresiones del pueblo (Is. 43.25; cf. Sal. 51.1, 9). En Jer. 31.34 el Señor dice, “no me acordaré más de su pecado”, y en Miqueas vemos que echará “en lo profundo del mar” todos nuestros pecados (Mi. 7.19). Todos estos versículos ponen de relieve cuán completo es el perdón de Dios. Cuando él perdona hace desaparecer completamente los pecados de los hombres. No vuelve a verlos más. Toda la obra de Jesús es para perdón y reconciliación de la humanidad pecadora.Es como si Dios nos envolviera en un círculo de amor y perdón: Puesto que se nos ha perdonado a nosotros, podemos perdonar a los demás. Y puesto que podemos perdonar podemos pedir perdón a Dios.

El perdón de Dios, que nos permite perdonar, es el fundamento y la garantía de toda la familia cristiana: “soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros'' (Col 3:13).Dice san Agustín: Perdónanos nuestras deudas como nosotros perdónanos a nuestros deudores. Podéis decirme ¿quién puede hacer esto? Dios lo cumple en vuestros corazones. Es cierto que lo hacen pocos, siendo menguado el número de los cristianos auténticos y tan pocos los que pueden hacer esta petición de verdad, amando a sus enemigos. ¿Qué haremos entonces? ¿Tendré que deciros que no oréis más si no amáis a vuestros enemigos? No me siento con fuerzas. Por el contrario, orad para poder amar. Orar para lograr ese amor y que se nos perdonen nuestros pecados, perdonando a quienes "nos vejan, humillan e injurian" como hizo Jesús (Lc 23,34: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen).


Oremos hermanos: ¡Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores! Amen